Sello editorial Plaza y Janés
320 páginas, 16'90€
Mi verdadero nombre es Ana. Sydney es solo mi seudónimo. Antes de esto lo tenía todo: una familia maravillosa, una prometedora carrera de abogada, un novio perfecto...
Pero todo se truncó. Un día me encontré subida a un puente con la intención de tirarme. No lo pensé. Desde el otro lado de la barandilla le envié un mensaje a mi padre: «Ya he saltado». Y me dejé caer.
Sobreviví al golpe contra el asfalto. Me ingresaron 37 días en psiquiatría. Pensaréis que viví los peores días de mi vida, pero no fue así. Hubo risas, amistad, enfados, locuras (literalmente), ternura e incluso amor.
Durante esos 37 días escribí un diario, que ahora es este libro.
Hay un dicho muy conocido que dice que a veces hay que tocar fondo para poder salir a flote, y ese es el caso de lo que le sucede a la protagonista de este libro.
Como habéis podido leer en la sinopsis este libro cuenta la historia real de su protagonista, una mujer que intentó suicidarse pero sobrevivió. Sydney fue ingresada durante 37 días en la planta de psiquiatría de un hospital, y en este libro nos cuenta lo que vivió allí.
¿Qué decir? He sentido mil cosas con este libro. Podría decir que es una historia dura, por supuesto, que me ha puesto un nudo en la garganta mil veces. Pero también ha sido uno de los libros con los que más me he reído en mi vida. Me sorprendía a mí misma riendo a carcajadas cuando leía esas conversaciones tan reales entre los pacientes o también con las ocurrencias de Sydney, que tiene un humor muy parecido al mío.
Es un libro complicado, lo sé. Quizá no todo el mundo pueda llegar a comprenderlo. Quizá la gente no pueda entender que un día Sydney quiera comerse el mundo y al día siguiente esté hundida. Pero si eres capaz de empatizar con la protagonista, esta lectura se convierte en una experiencia muy especial, en todos los sentidos.
Conocer a los compañeros de planta de Sydney ha sido muy agridulce. Todos con sus peculiaridades, como cualquier persona, pero con historias realmente duras detrás... Y vuelves a ver la complejidad que hay detrás de la salud mental. No es como un pie roto o una herida, es algo muy abstracto y difícil de diagnosticar, y es una lástima que a día de hoy siga siendo tan tabú y no se le dé tanta importancia a nivel sanitario, porque todos acudimos al médico cuando nos torcemos un tobillo o cogemos una gripe, pero cuando estamos tristes o sentimos que no tenemos ganas de vivir es más probable que nos pasemos todo el día llorando en la cama a que acudamos a la consulta. Y una enfermedad mental no es una gripe, por supuesto, porque la gripe pasará pero es probable que lo otro te acompañe toda la vida y vaya a peor si no lo tratas.
De hecho, creo que este libro tiene un "final" totalmente acorde con la realidad. Básicamente, vemos que no todo se va a solucionar por ingresar unos días en un hospital psiquiátrico. 37 días de encierro, pastillas y terapias varias no van a hacer que salgas de rositas como si nunca hubiera pasado nada. Sydney aprende mucho, por supuesto, y no es la misma persona que ingresó en ese hospital después de esa experiencia, pero no todo es felicidad al salir. La vida sigue siendo una piscina de olas, la única diferencia está en aprender a no ahogarse en ella.
Una de las cosas que más me han impactado es que expresa muy bien la realidad de cómo es la atención en los hospitales. No ha estado nada edulcorada, y creo que es necesario que se sepa que el trato que reciben los pacientes en un hospital a veces es vergonzoso. Que se sepa y que se tomen medidas, porque para nadie es plato de buen gusto tener que estar viviendo en un hospital, ya sea por su salud física o mental, y con un poco de amabilidad todo se hace menos cuesta arriba.
Puede ser que este libro os guste más o os guste menos, pero de lo que estoy segura es de que os removerá muchos sentimientos y no os dejará indiferentes.